viernes, 8 de julio de 2011

Ciguanaba

Llegaron un día a travès de la selva, ya habiamos escuchado de ellos, de sus grandes canoas, del fuego en sus brazos, de su piel reluciente donde no entraban las flechas, pero sobretodo de sus rostros peludos y sus ojos fieros y llenos de lujuria.
Nuestro cacique los recibio amistosamente, con alimentos, plumas, piedras hermosas que despertaron su ambicion; y con nosotras.
Humildes salimos del templo acompañadas por el gran sacerdote Akun para ser entregadas a los dioses blancos, al acercarnos algunas temblaron, pero yo quise sonreir a esos rostros de piedra; y solo consegui que nos miraran primero con sorpresa, luego con asco y despues con odio.
Escuchamos los gritos de un hombre de largos vestidos blancos que se acerco y nos tiro a todas al piso, algo dijeron en su lengua y luego nos arrastraron fuera del pueblo, a la selva, donde nos desnudaron y golpearon salvajemente.
Algunas comenzaron a gritar y llorar llamando a sus madres, otras quisieron correr pero enormes perros las acorralaron y despedazaron; horrorizada me tape el rostro y espere la muerte, pero entonces uno de aquellos verdugos me tomo del brazo y lanzandome a un pozo me pidio a señas que callara, y asi lo hice, pero en mi corazon lloraba por todas mis hermanas que ya no volveria a ver.
Aquella noche segui escuchando gritos, y la palabra que se repetia una y otra vez entre aquella matanza -¡Sodomitas, sodomitas!- y que yo no comprendi hasta mucho tiempo después.
Ha amanecido, despierto cuando una mano toca mi hombro, ¡es el, quien me salvo!, entiendo poco de lo que me dice, pero a señas comprendo que lo debo seguir, voy tapada con una manta, y así caminamos en silencio por horas entre el monte hasta llegar a unas cuevas donde iba a jugar con mis amigas de pequeña, y donde despues los sacerdotes nos prepararon para ser las mujeres de la diosa del cielo, pero eso fue hace mucho, y ahora ya nada de eso existe, porque han quemado la aldea y todo lo que habia en ella.
Han pasado varios dias, poco a poco hemos ido entendiendonos, creo se llama Iago, el viene
de muy lejos, de Darién, siento que odia a sus compañeros, pero también la ropa que trae y todo lo que significa; odia ser hombre, aquella noche frente a la fogata se desnuda, quema todo y se envuelve en mi manta; hicimos el amor hasta que el sol estaba muy alto.
Los dos sabemos que esto no durara mucho tiempo, hemos escuchado como nos buscan, ya se lo que quiere decir la palabra "nefanda", y que nos torturaran y quemaran en cuanto nos localizen.
Nos internamos mas en los montes, lo mas lejos, hasta los limites donde acaba la tierra y llega el mar; ahi donde las rocas suben desde la playa, esta el templo de la diosa del mar, donde queme copal y pedi por nosotros, por nuestro amor.
Nos han alcanzado, ya los escucho, tengo mucho miedo, Iago me abraza, luego llorando se va, escucho su grito y luego como suben lentamente los escalones; ¡Diosa, ayudame, ayudame!.
Ellos se han marchado, buscaban al sodomita y sólo me encontraron a mi, hija de unos pescadores de la aldea cercana.
Los veo alejarse y luego bajo escalon por escalon hasta donde esta el cuerpo quemado, lo tomo y le deposito en el mar, cubierto por mis lágrimas, ¡este fue el precio por salvarme la vida de los dioses!.
Ha pasado el tiempo, desde lo alto de la piramide veo a los gemelos jugar entre las olas, uno rubio y otro oscuro, el fruto de nuestro amor, pronto los habre de comenzar a preparar en la religion y los ritos de mi pueblo, en sus secretos y encantamientos para vengarse de quienes acabaron con mi familia y lo que mas quería; ayer lo descubri, pronto usaran el don que me otorgo la diosa del mar; y serán hombres para acaudillar nuestra raza; y mujeres para engendrar a los guerreros que lanzaran al mar a los que llenos de pecado se atreven a llamarnos sodomitas.
El pueblo me llama Cigua, pero para los castillas mi nombre es lo ultimo que ahogan en sus gargantas antes de secar sus cuerpos con mis besos cuando por las noches creen descubrir una hermosa mujer en los desolados caminos, -¡La Ciguanaba!-. Luego abandono sus huesos secos antes de volver al templo lejano, donde ya me esperan mis hijos para que les de la blanca carne del conquistador, que algun día ellos vueltos mujer buscaran en el cruce de veredas a la luz de la sagrada luna.

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