martes, 11 de septiembre de 2012

La Niña

La niña

Glenda Prado Cabrera

Se inclinan hasta casi tocar el suelo, puede ver sus raíces salir poco a poco de la tierra, luego el viento llega mas fuerte y los arranca, se los lleva en el torbellino, allá, muy arriba hasta casi tocar la negrura de la tormenta; la niña observa callada desde el ojo de la cueva, escucha como lejos el mar se despeña sobre las orillas y la lluvia que no cesa le nubla el horizonte.
-¡Chavela ven, no te acerques a la entrada o el aire te lleva¡-, se levanta y voltea a ver a su madre acurrucada en la oscuridad abrazando sus hermanos que no dejan de sollozar, tienen miedo pero se lo guardan, porque atrás en el fondo, sin verse, esta el padre erguido, firme, con el fuetecillo resonando en sus palmas; que aún en la tormenta el sigue siendo el hombre.
La niña vuelve nuevamente la vista afuera, los goterones le mojan la cara, el vestido, azotan suavemente sus mejillas;entonces recuerda, recuerda días atrás, cuando el sol brillaba sobre los palmares ahí en Guanacaste.
Sentir en sus labios los pechos de una mujer, acomodarse en su vientre mirando el sol perderse entre las olas, percibir el caliente aliento emanado de aquellos muslos y el misterio que ocultaban a sus 15 años, -¡Que estas haciendo¡-, el grito vino con una bofetada y el rostro azotado en la arena, luego arrastrada de los cabellos entre las burlonas carcajadas de sus hermanos; y finalmente los gritos desgarrados de  la mujer perdiéndose entre las casuchas de los pescadores. Jamás volvió a verla, nunca supo su nombre, luego escucharía que era una "gringa pervertida" a la que los hombres del pueblo "hicieron" mujer, luego apareció esa mañana comida por los cangrejos.
Todo eso lo oía desde esa otra oscuridad que fue el armario donde la encerraron hasta que se le bajara aquella calentura, luego idas a la parroquia a comulgar, a confesar el pecado nefando a un padre que olía a mariscos y aguardiente; en las tardes azotes del padre macho y lanzada a dormir afuera en el portón, por "tortillera".
Imagino aquello nunca terminaría, hasta que llegó el huracán. Todos corrieron hacia la cueva, padres, hermanos, peones, ella fue sola porque nadie le aviso, quizás deseaban que el agua limpiara aquella impudicia o simplemente que el viento la recogiera para no seguir avergonzándolos.
Ahora están juntas, pero ella sabe sólo será unas horas, luego el retorno del miedo, los golpes, la burla...la tormenta arrecia, vuelan tejas, muros, más allá del medáno el océano desborda.
-¡Chavela que haces, Chavela a donde vas, Chavelaaa!-, pero la niña no escucha, corre hacia la ventisca, la lluvia rasga su vestido, calor sensual, tibio surge desde muy adentro, cae, vuelve a levantarse, llega por fin a la orillas, los muros de agua le ocultan el cielo, uno de ellos la devora, la arrastra adentro, al fondo donde su amada la espera.
-¡Chaveeelaaa, hijaaaa¡- es lo último que escucha antes de sumergirse en la tibieza de aquel vientre virginal.
II
La anciana despierta con sobresalto, es madrugada, el viento y la llovizna azotan los cristales, deja lentamente el lecho y camina hacia la luz apenas definida sobre el Tepozteco; tantos años que imagino haber olvidado.
Sale al patio, en los montes la tormenta amaina, siente en el cuerpo nuevamente el calor de aquellas palmas, se estremece, cierra los ojos y escucha el rumor de la marejada llegando a los pies; abre la mirada y observa lejos, al pie del cerro, desnuda, sonriéndole con los brazos abiertos, esperando, aguardando.
Amanece, las nubes huyen, atrás, la casa y el lecho han quedado vacíos.

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