miércoles, 6 de junio de 2012

Transatlántico

Cuando me dijeron que el barco se hundia no lo quise creer, segui tranquilamente tomando una copa en el gran salón mientras veía con cierta burla el correr desesperado de los fracs y los miriñaques que se agolpaban desesperados en la unica entrada. Los miraba desgarrarse las costosas sedas y el taftan y como caian al suelo las perlas y los brillantes que nadie se ocupaba en recoger.
-¡Absurdo, inconcebible!- pensaba al imaginar aquellos representantes de las clases mas pudientes, millonarios poderosos, potentados, banqueros, artistas y meretrices con chick dejando de lado la clase para buscar un poco de aire que les diera la esperanza de que iban a vivir unos minutos mas; pero solo les recibio un torrente de agua helada olorosa a sal y a las algas que ya les esperaban en el fondo.
Apure la champaña, me levante lentamente y camine sin prisa entre los cadaveres que ya flotaban con la mirada de pasmo e incredulidad; hice a un lado los cuerpos intertes y frios para asomarme al exterior; alla afuera los musicos tocaban algo que yo desconocia y el capitan miraba fijamente dos luces que se iban apagando en el horizonte; seguí deslizándome entre las cubiertas como en un sueño liquido y pesado; entonces lo vi, rechoncho y cubierto de reflectores, guiándose como si buscara algo, y a través de un ventanuco de cristal muy grueso observe un rostro incrédulo e igualmente pasmado.
Todos habían desaparecido, solo aquel objeto me acompañaba en mi andar, alze la falda para subir por la escalerilla al puente entre decenas de zapatos, oxidadas tuberías tome el timón en una mano, la copa en la otra, y sonriendo al hombre del batiscafo me dirigi a la tripulación, -¡Todo avante, a Nueva York-.
Arrivando, la estatua de la Libertad se sumergía en la calida y constante lluvia de mayo, en el profundo abismo de los sueños.